Volar!, volar!. Tratamos de vencer el destino natural de caminantes, subiéndonos a las ganas, venciendo el miedo animal a las alturas y transitamos el espacio inquieto, movedizo, con la expectativa de ganarle metros a la cima para que nos sobre paisaje. Cumplimos el sueño de niños observadores de los pájaros y deambulamos, silenciosos, cazadores del aire que sube en las tardes. Arriba, cerca de las nubes, la vida se detiene, canta y silva vientos despreocupada. Todo está lejos y aquí, nosotros. Cómplices, felices de obtener los ángulos distintos, la perspectiva mágica y el goce de disponer de la posibilidad de viajar más alto, más lejos. Una travesura compartida, un juego, una excusa. Disfrutamos del cerro en conjunto, de disponer de tiempo y gastarlo entre nosotros, de sostener la inocente manera de alegrarnos por tener la pasión intacta, del volar para nosotros, de cuidarnos como a una rara especie. No somos distintos, somos tan grises y aburridos como todos pero, en la esquina de los secretos intactos, la de los sueños macerados de aventura y encuentro, donde depositamos respetuosos la alegría de ser padres, de disfrutar los abrazos, tenemos este camino para compartirlo con todos los que quieran sumarse. No es imposible, ni de locos ni intrépidos esta posibilidad que nos presta el viento, el cálido sol y este cerro querido y tan extrañado cuando estamos lejos... Rubi Garcerón